Excerpt
Programando Nunca Jamás
Jenn Polish © 2019
Todos los derechos reservados
Los chicos sabían que dormían en cápsulas porque era más barato que tener el oxígeno encendido toda la noche en todo el hogar.
Pero también había rumores.
Rumores que decían que las cápsulas estaban programadas para elegirles, de uno en uno.
Los chicos más jóvenes se lo creían con miedo aterrador y una obediencia ciega.
Los chicos más mayores se lo creían con unos recuerdos serios y, a veces, una desobediencia irreverente.
Los chicos medianos se sentían, a menudo, en algún lugar entre el pánico puro y la negación rotunda. Eran los chicos medianos de entre los que elegían.
Peter era uno de esos chicos. Mir era mediane también, y había sido asignade con los chicos.
La mañana después de que el ordenador central fallara y solamente proyectase un anochecer en el cielo, Mir (que solía sujetar su brazo derecho mientras dormía para protegerlo de la cápsula, de la elección), descubrió que su antigua protección era demasiado débil, aunque sus viejos deseos habían sido olvidados hacía tiempo.
El emblema de la nave había sido grabado en su antebrazo. Había sido elegide.
Hizo una mueca y cerró los ojos, dejando que una lágrima solitaria se deslizara por su cara, que crepitase en esa alteración rubí demasiado caliente en una piel de tonos dorados y marrones.
—Peter. —Frunció el ceño. Su más viejo amigo no dormía profundamente. Presionó el botón de comunicaciones en su cápsula de nuevo, asegurándose de que brillase del color azul que le correspondía, dejándole saber que su voz estaba siendo transmitida desde su cápsula a la de Peter.
—Peter. —Más alto esta vez, con más insistencia. Su atención no se desvió del rostro de Peter. Quería ver, una última vez, cómo era el chico cuando se despertaba, libre de las líneas de preocupación que ya llenaban su cara cuando estaba despierto. Mir quería, necesitaba, memorizar el modo en que los ojos verdes de Peter se abrían todavía adormilados, el modo en que parpadeaban para salir de una tierra hecha de sueños y aterrizar en la vida real. El modo en que sus ojos se llenaban de magia de las viejas estrellas en el momento en que aterrizaban en la cara de Mir, el modo en el que solo brillaban de esa forma por elle. El modo en el que Mir siempre hacía que la boca de Peter se elevase en una sonrisa adormilada, feliz y dichosa.
Mir quería, necesitaba, grabar a fuego en su memoria todo aquello, asegurarse de que nunca jamás olvidara la alegría sin inhibiciones que elle, y solo elle, podía provocar en los ojos del chico.
Porque sabía que, en cuanto Peter viera el emblema ensangrentado en su antebrazo (y peor, cuándo descubriera por qué estaba ahí), sus ojos nunca se encenderían así de nuevo. Al menos no por Mir.
Al final, el susurro de Mir despertó al chico. Dio un salto, la arteria de su cuello prácticamente saltando con él, como si las pulsaciones estuvieran intentando que su cuerpo echase a volar.
Peter volvió la cabeza sobre su almohada para mirar a Mir, observándole a través del cristal transparente de su cápsula. Cuando encontró los ojos de Mir esperando, mirándole atentamente, Peter sonrió. Primero se vio en sus ojos, con esa chispa que hizo que los ojos de Mir se humedecieran, que hizo que el alma de Mir cayese a sus pies y su corazón se precipitase al vacío. Después se vio en sus labios, primero el lado izquierdo y, a continuación, el derecho. Buscó el botón de comunicaciones con dedos adormilados.
—¿Qué haces despierte, guape? ¿No sabes que hay una guerra? «Dormir hasta tarde conserva las reservas de oxígeno» —citó en tono de burla, todavía medio dormido, pero de forma cariñosa. Estaba susurrando, aunque Mir sabía que ninguno de los otros chicos podían oírles (sus señales únicamente comunicaban sus dos cápsulas. Peter las había programado él mismo con ese propósito). Aun así, Mir miró las otras seis cápsulas de la habitación sin ventanas furtivamente. Todos los cristales estaban tintados hasta casi llegar a la oscuridad completa, pero se imaginó los cuerpos dormidos de los otros chicos en su interior de todas formas. Ignorantes de su presencia y de la de Peter.
Mir no contestó, se le había puesto un nudo enorme y doloroso en la garganta. Simplemente miró a Peter, miró al chico que le había cogido de la mano cuando dio sus primeros pasos en el exterior, al chico cuya infinita determinación para hacer incluso de las tareas más aburridas un juego hacía que fuera deseado entre todos sus amigos. Mir intentó abrir la boca, pero estuvo a punto de atragantarse con su propia saliva. Su antebrazo hacía tiempo que había dejado de doler (ni siquiera había sentido cómo la cápsula le marcaba, le elegía mientras dormía, pero ahora le picaba) y mientras estudiaba los ojos de Peter tomó conciencia de cada nueva estriación en su piel, de la inflamación rodeando el emblema de la nave que le separaría de Peter para siempre.
Peter entornó los ojos por el silencio de Mir.
—¿Qué pasa?
Los ojos de Mir se abrieron más, y Peter le miró con los ojos entrecerrados a través de la habitación, observando cómo tragaba. Deseando que no hubiera cápsulas (ni aire, ya que estaba) entre ellos.
—Mir. Dímelo.
Sin palabras y temblando, Mir levantó el brazo, girándolo para que Peter pudiera ver la parte tierna dónde la elección había dejado su marca.
Una combinación de incredulidad y terror se apoderó de la expresión de Peter, sus mejillas redondas y su barbilla angular, sus ojos grandes y sus labios muy, muy rosas. Sacudió la cabeza una y otra vez, como si tuviera un cierre suelto en el cuello, y sus manos se apoyaron sobre el cristal de su cápsula, las palmas haciendo presión, empujando e intentando atravesar el espacio que había entre ellos.
De algún modo, el terror de Peter afianzó la resolución de Mir y elle tragó, preparándose.
—Me han reclutado para la guerra, Peter. Control necesita pilotos. —Hizo una pausa. Peter todavía seguía moviendo la cabeza, sorprendido, las lágrimas resbalando por su cara que, por todo lo demás, seguía completamente quieta.
No tenía sentido darle más vueltas. Mejor hacerlo antes de que pueda decir nada, de todas formas, pensó Mir. Respiró profundamente.
—Control necesita pilotos, y Peter… Peter, este no es un reclutamiento aleatorio. No ha sido el sorteo. Envié mi número para que lo consideraran con prioridad la última rotación. Justo después de mi dieciséis cumpleaños. No quiero pelear en ninguna guerra, Peter, pero necesito volar. Necesito volar, y la única forma en la que puedo es si sirvo a Control durante unas pocas rotaciones. Necesito que lo entiendas. —La voz de Mir se rompió, y se encogió entre sus mantas—. Necesito que no me odies.
Ningune de les dos supo cuánto duró el silencio que se alargó entre elles, pero ningune de se movió y ningune se atrevió a respirar demasiado alto, aunque Mir tembló un par de veces.
Pese a los temblores, Mir no levantó la vista, ni una sola vez en lo que duró el silencio. No se movió de su postura casi haciendo una reverencia, como uno de esos grabados antiguos de los sirvientes ante la realeza.
Cuando Peter por fin habló, su voz era plana, distante y hueca. Sonaba como otra persona, alguien completamente distinto. Sonaba como sonaría una sombra, si una sombra pudiera hablar.
—Si eso es lo que quieres entonces bien por ti, Mir. Eres inteligente. Serás une buene pilote. Une buene piloto de batalla. Une buene luchadore. Luchaste para que me dejaran dormir en las cápsulas de los chicos cuando dijeron que no tenía los documentos adecuados, por no mencionar que tú también entraste aquí. Ya eres… Ya eres une buene luchadore.
—Peter. —El sonido que se hizo parecía roto, lleno de gravilla y repleto de dolor. Mir levantó la vista para mirar a los ojos de Peter, pero Peter estaba mirando hacia abajo a los controles interiores de su cápsula. Introdujo unos pocos números antes de levantar la mirada y sonreír. Esa sonrisa forzada, falsa, hizo que un escalofrío recorriese la espalda de Mir. Pero por lo menos su voz sonaba más parecida a la de verdad, con esa cualidad musical, ese entusiasmo que se escondía tras ella, manteniéndola.
—Y entonces cuando hayas terminado puedes volver y yo podré programarte la nave más lujosa que haya volado por el espacio de Control. —Mir intentó no encogerse al ver el brillo vacante de los ojos de Peter, incluso mientras seguía manteniendo esa sonrisa falsa y retorcida, todavía pulsando botones en el teclado de su cápsula.
—Peter…
Pero Peter ya no estaba, la comunicación se había cortado. Peter había invalidado los protocolos de seguridad de su cápsula y había abierto la parte de arriba, pese a que el aire que les rodeaba no tenía oxígeno.
Peter ni siquiera volvió la vista hacia Mir, quien sólo pudo mirar, impotente. Golpeó ligeramente, con las palmas abiertas, la puerta de su cápsula, incapaz de invalidar los protocolos de seguridad sin la ayuda de Peter. Atrapade y obligade a dormir hasta que la habitación fuese oxigenada de nuevo con el amanecer artificial.
—Maldición —susurró Mir. —Maldición.
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